domingo, 27 de mayo de 2018

.PREADOLESCENCIA, TRABAJO Y DELINCUENCIA.





MARCO_71 Blog.
LVD
Lunes 28 de Mayo de 2018. N°03.
.PREADOLESCENCIA, TRABAJO Y DELINCUENCIA.

.INTRODUCCIÓN.
Recuerdo que cuando era niño y mi mamá (D.T.E.S.G.) me mandaba a la bodega o tienda de la esquina, casi siempre había un chico que ayudaba al dueño en los quehaceres del negocio: limpieza, arreglando estantes o embolsando los víveres, desde sacos a granel a bolsas al detal. Después me enteré de que el chico traba­jaba con el bodeguero por una pequeña cantidad de dinero (trabajo informal). Esa circunstancia de un chico (entre 8 y hasta 13, 14 años), ayudante del dueño era común en diferentes bodeguitas de barrio de diferentes partes de la ciudad.

Esos muchachos trabajaban en esa forma porque eran pobres, tenían hermanos menores, por motivos de falta de la figura paternal en la familia y porque no es­tudiaban o la escuela les daba media jornada de disponibilidad. Ese poco dinero que ganaban lo usaban para ayudar algo a la familia, en útiles para la escuela o para ayudarse en sus pequeños gastos, chucherías y golosinas. Otros chicos hasta escapaban de sus casas con el fin de “independizarse” de su familia para no causarles gastos, si ellos podían sostenerse y habitar en el sitio de trabajo e incluso ayudar a su familia con parte de su pago.

La parte positiva de este cuento es que los chicos estaban ocupados y no realen­gos sin oficio, y los más inteligentes se interesaban en aprender del negocio y por supuesto desarrollaban más interés en la aritmética de la escuela. Para el juego, un chico siempre saca tiempo.

Con el tiempo fui enterándome de que muchos de esos bodegueros comenzaron en su niñez de igual forma, como ayudantes del dueño de bodega, e incluso, no solo sucedía en el comercio: dueños de pequeñas y hasta medianas empresas lo habían hecho en su rama industrial.

.PROBLEMA EN VEZ DE SOLUCIÓN.
Sucede que al ir generalizándose la práctica de estos chicos que querían ganar un dinerito, creo, con el consentimiento de sus familiares pobres, comenzó a di­fundirse la creencia y con ella una matriz de opinión, de que los niños estaban siendo explotados por los dueños de las bodegas o tenderos, por sus pa­dres, re­presentantes y por malvados adultos que llegaban a secuestrarlos y a­me­nazarlos para que les dieran el dinero ganado, no dejándolos volver a su casa, enseñándo­los a delinquir y formando la próxima delincuencia juvenil, potencial peligro al que estaban expuestos en especial los llamados “niños de la calle”.

Ciertamente esta creencia tiene fundamentos reales, pues en la viña del Señor hay y se ve de todo, como dice el refrán; sin embargo, y es mi humilde opinión, los legisladores de los países, latinoamericanos en especial, en vez de analizar bien la situación y principalmente las potenciales soluciones a la problemática planteada, con la prisa quizás de complacer a un electorado en puertas, sacaron leyes, nuevas normas jurídicas y de jurisprudencia, que rezaban en sus conside­randos:
1) Proteger al niño y adolescente de maltratos, abusos y explotación, física, men­tal, emocional, laboral y sexual, por parte de familiares, terceros adultos, cerca­nos y extraños.
2) Proteger el respeto de los derechos del niño y adolescente, ya que debe dedi­carse a estudiar, jugar y disfrutar de su niñez, a tener una vida de niño básica­mente.
3) Responsabilizar explícitamente del respeto y cuidado de esos derechos del niño y el adolescente a sus padres y representantes legales, otorgándole por ley la custodia y cuidado de su persona y derechos.

Esto está muy bien, solo que no limitaron las normas a estos tres puntos, sino que fueron más allá:
4) Se eliminó de un tajo la responsabilidad moral del niño y el adolescente, sobre las consecuencias y daños que sus actos, comportamiento y actitudes puedan causar a terceros, incluidos sus padres, representantes, tutores y benefactores.
5) También se eliminó, de otro tajo, la poca imputabilidad que antes existía, débil pero existía, para delitos graves como el homicidio y otros de igual o más grave­dad.
Esta extralimitación en la legislación, repito es mi humilde opinión, creó una at­mósfera contaminada del veneno de la impunidad, que lejos de favorecer al niño y al adolescente, perjudica más al próximo hombre joven y adulto porque le cer­cena toda oportunidad de haberse formado sanamente en bien.

.EL VERDADERO PROBLEMA.
Aun en el caso de que el trabajo preadolescente fuera un problema, este pudo ser manejado con una mejor y puntual reglamentación.
Si se quería prevenir la delincuencia juvenil, lo que se logró fue acelerar un pro­ceso negativo y ahora no solo tenemos una delincuencia juvenil sino otra más peligrosa: “una delincuencia infantil” sin un ápice de razonamiento, inconsciente, sin escrúpulos y extremadamente temeraria.

Los agravantes sumados a este estado de anomalía social son:
1) Vacíos de poder en la reglamentación que son aprovechados por los verdade­ros delincuentes que obligan a los menores a delinquir por ellos, escudándolos en la mencionada impunidad
2) Inexistencia de reglamentaciones para el seguimiento a los resultados de la aplicación de las nuevas leyes, potencial evaluación y enmienda en casos especí­ficos de ineficacia e inviabilidad, como el caso motivo de este este artículo,
3) La apatía, inmovilidad e indiferencia de todos los entes responsables (supues­tamente) de la severa y buena aplicación de las leyes. Muchas veces lo dicen: “Sí, yo sé, pero es la ley y no puedo hacer nada” (secreto a gritos). ¿Es verdad que no hay quién ni qué hacer para que una ley fallida sea revocada o modificada? ¿O solo es posible cuando es conveniente al legislador o al ejecutor? ¿Acaso no es posible redactar informes, proyectos de reforma o de nueva ley sustitutiva, refe­réndum, etc.?

.SOLUCIONES.
Creo que todos las tenemos, incluso los aludidos, por lo menos una cada uno. ¿Cuáles son las mejores?
Por mi parte expongo tres puntos de una posible solución:
1) Resolver, cambiar o modificar los puntos agravantes del problema: vacío de poder en la reglamentación, inexistencia de reglamentación para el seguimiento de resultados de la aplicación de nuevas leyes y la apatía de funcionarios en asu­mir responsabilidad sobre el asunto en discusión.
2) Reeducar al niño y al adolescente sobre que en toda relación humana, perso­nal, grupal y social hay partes y contrapartes que requieren reciprocidad; en este caso específico, la exigencia al respeto de los derechos de una parte (el niño y a­dolescente) es la respuesta a la aceptación de un deber hacia la contraparte (fa­milia, la comunidad y la sociedad en general).
3) Retornar sobre el niño y el adolescente, la responsabilidad moral e imputabili­dad en delitos graves. Total, todavía se siguen enviando a reformatorios (centros de reeducación) y a nadie se responsabiliza del delito, cosa que es injusta con las víctimas.

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